LA ÚLTIMA ENTREVISTA DE LA ÚLTIMA SUPERVIVIENTE

No era una cita a ciegas, pero casi. Yo conocía su rostro pero ella no tenia ni idea de cómo era yo. Naturalmente estaba nervioso. No era ésta mi primera cita, pero he de decir que –ciertamente- era una “muy especial”. Estaba emplazado a conocer a una dama inglesa para disfrutar a su lado de una velada en su propia casa . Para reunirme con ella había viajado más de 2.000 kilómetros en avión, pero estaba seguro de que aquel viaje merecería la pena. El encuentro estaba concertado a través de un amigo común, un historiador sueco originario de Estocolmo. Seguidamente les contaré la historia, pero antes permítanme adelantarles que resultó una velada inolvidable. Creo que para ambos.

Llegamos a la puerta de su casa a la hora fijada, con puntualidad británica. Eran las nueve y media de la mañana de la primera semana de marzo. Los jardines estaban cubiertos de nieve, los termómetros marcaban 4 grados bajo cero, pero confieso que no sentía frío sino nervios. Naturalmente, llevaba un ramo de flores en la mano y la sonrisa en los labios. Llamé a la puerta. La persona que nos abrió nos dijo que Millvina estaba “preparándose” haciendo gala de una natural coquetería femenina. Muy diplomáticamente nos “invitaron a dar un paseo” y regresar en 30 minutos. Así lo hicimos. Y entonces si, allí la encontré, en el salón principal de su casa, rodeada de recuerdos y de “peluches musicales” de cuya colección presume.

— Esta usted muy guapa, Millvina…

— …Y usted muy atractivo.

Esto empezaba bien. Nos habíamos gustado mutuamente. La cita no podía empezar mejor. Para continuar la conversación le dije que no habría necesitado “prepararse”, que era difícil estar más guapa y casi imposible mantenerse más joven. Ella es Millvina Dean y tiene 94 años… recién cumplidos, eso si.

A ésta casa de las afueras de la ciudad de Southampton han acudido, casi en peregrinación, cientos de periodistas de todo el mundo, pero nunca concedió ninguna entrevista a ningún periodista español. Para mí era un gran honor encontrarme delante de aquella persona y no quería desaprovechar ésta oportunidad única de pasar unas horas a su lado.

A lo largo de mi vida periodística he realizado miles de entrevistas pero les aseguro que delante de Millvina me encontraba tan nervioso como cuando, el director del periódico donde comencé a trabajar, Enrique Cimas me encargó mi primer reportaje.

Estoy tan ansioso que, a estas alturas aún no les he revelado el motivo por el cual se considera a ésta mujer tan importante y tan solicitada por periodistas de todo el mundo. Millvina Dean es, ni más ni menos, la persona más joven que embarcó en el Titanic aquí mismo, en el puerto de Southampton, el día 10 de abril de 1912.

— Millvina, ¿usted nació aquí, en la misma ciudad desde cuyo puerto zarpó el Titanic?

— No. Aunque en muchos libros que han escrito sobre la historia del Titanic dicen que yo nací aquí, el dato no es correcto. Yo nací en Londres, el día 2 de febrero de 1912, es decir, 38 días antes de que mis padres embarcaran en el Titanic. De las 2.208 personas que íbamos a bordo del “barco de los sueños”, yo era la más joven.

— Embarcó toda su familia?

— Si. Íbamos mis padres, Bertrán Frank Dean y Georgette Eva Light, y mi hermano Bertran.

— Porque emigraba su familia?

— Mi padre había soñado siempre con montar una tienda de tabaco en América, más concretamente en la ciudad de Wichita, en Kansas. Ahorró durante toda su vida para poder comprar los billetes del barco y abrir una tienda allí.

— Tuvo que ahorrar mucho porque para viajar en un barco de esas características hacia falta bastante dinero ¿no es cierto?

— Si. Trabajó muy duro durante toda su vida, pero lo hacía con ilusión, quería cumplir un sueño. Pero permítame aclararle que viajábamos en el Titanic en tercera clase, no en primera.

— Le contó su madre como fue el día en que subieron a bordo?

— Mi madre nunca quiso contarme nada acerca de sus experiencias en el Titanic hasta que yo cumplí 8 años. En ese momento, cuando me anunciaba que pensaba casarse de nuevo, comenzó a relatarme lo sucedido en el Titanic y en especial cómo lo vivió nuestra familia.

— Cual fue su primera impresión al encontrarse en el puerto, frente a frente con aquel barco tan impresionante?.

— Ella siempre dijo que el Titanic era como si en el mismo puerto, hubiesen construido una fortaleza. Era enorme, en altura y longitud; era tan grande que la mayoría de las personas que íbamos a bordo no éramos capaces de verlo en su totalidad. Disponía de tal cantidad de dependencias que para un pasajero era prácticamente imposible conocer, especialmente para los que viajábamos en tercera

— Porque eligieron sus padres el Titanic para realizar este viaje?.

— Cualquier persona en aquel momento lo hubiese elegido. Era el barco más grande, más seguro, más confortable y más rápido del mundo. Sin duda creían que era un honor ocupar un camarote, aunque fuese de tercera clase, en el “barco de los sueños”.

— Por qué le llamaban “El Barco de los Sueños”?

— Porque la mayoría de personas que viajábamos en él, sobre todo la gente más humilde como nosotros, viajábamos para poner en marcha un proyecto. Todos soñaban, igual que mis padres, en comenzar una nueva vida en América. Algunos pudieron cumplir su ilusión; otros, como nosotros, no.

Durante toda la entrevista Millvina ha estado sonriente, yo diría que alegre y feliz, pero en este momento, cuando tiene que recordar el sueño truncado de su padre, su cara refleja desilusión y decepción pero no tristeza. Sus ojos casi no pueden contener la lágrima que está pugnando caer por sus mejillas; pero enseguida se repone, al tiempo que intento provocarle una sonrisa.

— Millvina, yo le prometo que el próximo día 2 de febrero del año 2007, volveré a visitarla, pero esta vez además de las flores, le traeré una tarta con sus 95 velas.

— De acuerdo, pero tráigame también una botella de vino dulce español. Me gusta mucho y brindaremos con él.

Ya sonríe. Me mira a través de los cristales de sus grandes gafas y me coge la mano. Yo también cojo la de ella. Creo que necesita afecto y me alegro de contribuir a que vuelva a sonreír.

— Como eran los camarotes de tercera clase?

— Eran estupendos. Mi madre los describía como un poco estrechos pero muy acogedores. Sin duda, las personas que viajaban en tercera clase tenían mejores camas en el Titanic que en sus propias casas. además les cambiaban las sábanas y les hacían las camas a diario, cosa que no sucedía en sus casas. El único inconveniente era que, en los camarotes de tercera clase no había agua corriente y la que contenía el depósito del lavabo, no era suficiente para los adultos y los dos niños.

— Comían bien en la tercera clase?

— Mi madre recordaba no haber comido nunca tanto, ni tan exquisito hasta entonces. Naturalmente no eran los refinados menús del comedor de lujo de primera clase, pero dudo que, la mayor parte de las personas que viajábamos en tercera, nos alimentásemos mejor en nuestras casas. Además comíamos tres veces al día. Nadie podía pasar hambre.

— Como pasaban el dia?

— Al ser viajeros de tercera clase nuestros movimientos dentro del barco estaban restringidos. Mi madre hubiese querido conocer las zonas reservadas a los pasajeros de primera; quería conocer los amplios pasillos, el gimnasio, los baños turcos, las piscinas, las peluquerías, la biblioteca, etc. etc., pero no le fue posible. No nos dejaban abandonar las zonas de tercera clase que era la cubierta inferior en popa y en proa. Además ella era muy friolera, igual que yo, por lo que apenas salía del camarote y de la zona interior. Por lo demás, mi padre se iba con los hombres a jugar a cartas o a charlar. También me dijo que un grupo de pasajeros de tercera clase –irlandeses- formaron una pequeña banda de música y organizaban bailes y canciones para los jóvenes.

— Como se enteraron del choque del barco contra el iceberg?

— Lo cierto es que no nos enteramos. Estábamos los cuatro dormidos y nos despertaron los gritos de la gente en el pasillo. Salió primero mi padre para ver que pasaba; enseguida regresó y nos cogió a los tres para llevarnos a cubierta. En esos momentos ya todo el mundo se imaginaba que algo muy grave estaba pasando.

— ¿Es verdad que los pasajeros de tercera clase tuvieron muchos problemas para acceder a la cubierta de los botes salvavidas?.

— La versión de todos los supervivientes de tercera clase con los que yo he hablado, incluida mi madre, coinciden en negar tal afirmación. Es cierto que en aquellos momentos críticos hubo mucha confusión, gritos, desorganización… pero dudo que nadie impidiese a ningún pasajero, de ninguna clase, subir a la cubierta de los botes salvavidas.

— Entonces no es verdad que dichos pasajeros se encontraron las verjas cerradas que les impedían el paso?

— Ningún superviviente corrobora esa versión de los hechos. Nuestra familia no encontró ningún problema para subir desde los camarotes de tercera clase a la cubierta de los botes salvavidas. Repito, reinaba el caos y la desorganización, pero nadie impidió el paso a las cubiertas.

— Aquello parecería una “Torre de Babel” ¿verdad?.

— Cierto. Hay que tener en cuenta que en el Titanic había personas de casi todas las nacionalidades, incluidos diez españoles, y que la tripulación solamente hablaba en inglés. Eso fue un gran inconveniente. En tercera clase viajaban muchos turcos, italianos, franceses, incluso chinos, que no conocían el idioma ingles, ni sabían leerlo. Eso hizo que no entendiesen las órdenes de la tripulación ni los letreros de salidas de emergencia. Fue un caos. El idioma impidió que muchos de los pasajeros salvasen sus vidas.

— Millvina, su familia constaba de cuatro personas y se salvaron tres. ¿Como ocurrió?.

— Mis padres eran jóvenes. Eran ingleses. Mi madre era muy guapa y ella, siempre en broma, solía contar que su belleza y su simpatía, le abrió paso al bote salvavidas. Además me llevaba a mí en sus brazos y a mi hermano de la mano.

— Sin embargo su padre…

— Mi padre, como la mayoría de los hombres, cedieron su puesto en los botes salvavidas para que los ocupasen las mujeres y los niños. Murió como un valiente, como la gran mayoría de las personas que perdieron la vida en el Titanic. Siempre nos hemos sentido muy orgullosos de mi padre.

— Le contó algo su madre sobre la historia de los músicos?.

— Si. Todos los supervivientes coincidieron en manifestar que los músicos de la orquesta del Titanic se comportaron como unos auténticos héroes. Podrían haberse salvado todos, porque como miembros de la tripulación del Titanic podrían haber ocupado el lugar de un marinero en cualquiera de los botes salvavidas, pero ellos eligieron quedarse en la cubierta del barco y continuar interpretando sus obras favoritas con el fin de hacer menos dramático el final que les esperaba a todos.

–Que hay de cierto en que la última pieza que tocaron antes de hundirse el barco fuese la canción religiosa “Cerca de ti Señor”?.

— En relación a esto hay diferentes versiones. Unos supervivientes dijeron que la última pieza que escucharon fue un vals, otros que una polca, la mayoría, efectivamente, dijeron que era la canción religiosa “Cerca de ti Señor”, aunque muchos declararon que el alboroto era tal, que desde los botes, era imposible escuchar nada. Seguramente eso fue lo que ocurrió.

— Mientras esperaban la llegada del Carphatia, a bordo de los botes salvavidas cundió el pánico?.

— No. Las personas que estábamos en los botes salvavidas habíamos perdido, casi todas, a algún miembro de la familia. La gente estaba agotada, rendida, sin apenas ganas de vivir, sin ilusión. No había lugar para el pánico.

— Como fue la llegada a Nueva York a bordo del Carphatia?.

— Mi madre fue muy asediada por los fotógrafos y periodistas. Llevaba en sus brazos a la persona más joven del Titanic, además de otro hijo y éramos pasajeros de tercera, por lo que nos hicieron muchísimas fotografías. Aquí tiene una de ellas. La guardo como un tesoro.

— Y el viaje de regreso desde Nueva York a Inglaterra?

— Fue a bordo del buque Adriatic. Allí también mi madre fue la atracción, todos los pasajeros querían tenerme a mí en sus brazos y hacerse fotografías. Mire lo que escribieron en un periódico de la época.

Busca en una carpeta, llena, repleta de recortes de periódicos de la época y me muestra una página del Daily Mirror, del día 12 de mayo de 1912. Este es el texto:

“Ella era la mascota del buque durante el viaje, y era tanta la rivalidad entre las mujeres para acunar en sus brazos a este adorable mito de humanidad, que uno de los oficiales decretó que los pasajeros de primera y segunda clase podían sostenerla durante turnos de no más de diez minutos”.

— Cuando regresaron de Nueva York se quedaron a vivir aquí en Southampton?.

— Si. A mi madre le gustó esta ciudad. Sin embargo mi hermano y yo fuimos educados con la ayuda de varias fundaciones. Estudiamos en el Greggs School. Después me ofrecieron trabajar para el Gobierno británico dibujando mapas. Más tarde presté mis servicios en una empresa de ingeniería hasta que me jubilé. Y aquí estoy en éste día, hablando con un periodista español, sin soltarle la mano y mirándole a los ojos.

— Ya sé que quiere terminar, que puede estar cansada, pero permítame una última pregunta. Usted ha estado en todos los puertos donde recaló el Titanic, pero ¿visitó alguna vez los astilleros irlandeses donde se construyó?.

— Si. En el año 1996 visité Irlanda del Norte y estuve en Belfast. Fue una visita muy emocionante. Incluso llegue a hablar con algunos familiares de personas que trabajaron en la construcción del Titanic.

No sé como terminar la charla ni como despedirme de Millvina por lo que, después de besarnos, le recuerdo nuestra próxima cita. Será el día 2 de febrero del 2007, entre una tarta con 95 velas y una botella de vino dulce español…

Me alejo de su casa con una sensación agridulce. Triste por haber terminado mi visita pero satisfecho de haber pasado una agradable velada junto a una espléndida dama. Cuando al despedirme, recibí el beso de esta mujer, sentí en mi rostro la suavidad de la cara helada de un bebé a bordo de un bote salvavidas y la calidez guardada entre las arrugas del mismo rostro después de 94 años. El beso de un mito. Gracias Millvina.

Jesús Ferreiro.

Periodista.

Presidente Fundación Titanic.

Millvina Dean ( Elizabeth Gladys Dean)

Fecha de fallecimiento: 31 de mayo de 2009 (97 años).

Causa del fallecimiento: Neumonía.