Homenaje a Suso Ferreiro
San Sebastián, 24 de marzo de 2008
«La verdad es que jamás pensé que algún día tendría que escribiros estas líneas hablando de la muerte de mi niño Suso, (a él le gustaba que le llamásemos así).
Como dice mi buen amigo Eduardo Madariaga (que, por desgracia, de esto sabe mucho y lo ha sufrido en su corazón), los seres humanos estamos preparados para ver morir a nuestros padres, pero no para ver morir a nuestros hijos.
Seguramente, alguno de vosotros ya habrá pasado por esta tragedia (ójala me equivoque), pero a los que no habéis sufrido la pérdida de ninguno de vuestros hijos (y espero que nunca lo sufráis) puedo aseguraros que no existe mayor dolor.
Es un dolor desconocido, fuerte que, en algunos momentos, te invita a abandonar esta vida. Es un dolor sin consuelo, que nadie que lo ha pasado se siente capaz de explicar, y yo tampoco.
Muchos de vosotros conocíais a Suso. Yo, por mi edad y por mi profesión, conozco a cientos, tal vez a miles, de personas en todo el mundo y puedo garantizaros que sería muy difícil encontrar a una persona como él. Era todo, absolutamente todo, bondad. Tenía dos pasiones: una, la más importante, ayudar a la gente; otra, la historia del Titanic. Las dos las compaginaba bien. Cada mañana, cuando salía de casa rumbo a la exposición, me decía «Father, a quien tendremos que ayudar hoy», y yo, cada día, le contestaba «Suso, ayúdate a ti mismo y después piensa en los demás».
Pero mis deseos resultaban imposibles, el solo pensaba en los demás, incluso la noche de su muerte.
Tenía muchas ganas de acudir al concierto de Dover, en Valencia, y no había conseguido ninguna entrada, pero, esa misma tarde, su hermano Luis le regaló una. Suso sabía que una compañera de la exposición era una admiradora de Dover y, sin pensárselo, le regaló a ella la entrada que su hermano le había conseguido. Dos horas antes del concierto logró conseguir otra entrada para él y asistieron todos junto. Sobre las 11,30 de la noche, cantando y saltando al son de la música, Suso cayó fulminado. Nadie pudo hacer nada por salvarle la vida, ni su hermano Luis, ni sus compañeros, ni una doctora, ni los miembros de la ambulancia, nadie pudo hacer nada por él. Le falló lo que mejor tenia: su corazón.
Mi niño Suso tenía solo 26 años, pero, dentro de esta gran tragedia, a su madre, a sus hermanos, a sus cientos de amigos y a mí, nos queda el consuelo de que ha vivido 26 años feliz y de que ha hecho lo que más le gustaba: leer, aprender y ayudar.
Su último viaje, el pasado mes, había sido a Inglaterra. Fuimos él y yo, a celebrar con Millvina Dean (la única superviviente del Titanic que quedaba con vida) su 96 cumpleaños. Suso lo pasó muy bien. Durante toda la mañana no pararon de hablar y los dos apagaron las velas del 96 cumpleaños de Millvina.
Suso ha muerto feliz, sin sufrir y, estoy totalmente seguro de que, ahora mismo, allí en el cielo, estará contando a su hermano Eduardo, a sus abuelos, a su primo José Manuel… y a todos los pasajeros del Titanic, toda la historia del mítico barco y su entrevista con Millvina, así como todos los detalles de la tragedia (sabía tanto de la historia del Titanic que conocía de memoria, casi todos los nombres de los pasajeros, de los tripulantes, de donde procedían, a dónde y por qué viajaban, etc. Lo sabía casi todo, y eso le gustaba. Era feliz y murió feliz.
A mí también me queda otro consuelo. El tiempo pasa tan rápido, tan rápido, que muy pronto estaré a su lado y, les advierto que, cuando les llegue su hora (a todos nos llega) y entren en el cielo, no se extrañen si ven, entrando a la izquierda, una exposición titulada : «Aquí empieza lo mejor de vuestra vida”. La entrada, naturalmente, será gratuita y, por pura lógica, el guión de la visita será de Suso Ferreiro.
Mi querido niño Suso, gracias por todo lo que me has ayudado, gracias por tu generosidad, gracias por tu simpatía, gracias por ser tan buena persona, pero permíteme pedirte un favor: AYÚDANOS A SER COMO TÚ.
Te quiero mucho mi vida. Te adoro.
Tus padres.
Jesús Ferreiro y Maite Aguirre.
Gracias a todos”.